A continuación reproducimos el artículo publicado en La Voz de Galicia el pasado día 25 de mayo sobre las viviendas comunitarias puestas a disposición por Cáritas para las personas mayores.
Pues consultar el artículo en: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/coruna/2024/05/25/mayores-piso-comunitario-coruna-se-familia-siento-hogar/0003_202405H25C3992.htm
Francisco empezó a trabajar apañando tripas de pescado en el puerto de A Coruña por una peseta el kilo. Pasó dos años en el Gran Sol, una corta temporada a 500 metros de profundidad en la mina de potasa de Sallent y tres años al filo de la navaja en el barrio chino del Papagayo. «Era barman. Un día un faltoulle a unha chica, solteille unha hostia e apareceron oito. Pecharon os bares. Eu quedei detrás da barra tirándolles botellas e vasos para que non entraran. As mulleres escondidas no váter. Aquilo era perigoso», recuerda este coruñés de la calle Hospital en el salón del piso de Cáritas que desde hace año y medio comparte con seis mujeres y tres hombres. Dice que en su juventud pudo triunfar como delantero, pero descontando el fogueo juvenil y unas cuantas satisfacciones, el fútbol solo le rindió tres pesetas, una por cada gol que le pagaron una tarde de suerte. Con los cuartos invitó a todo el equipo a ir al cine Hércules a ver una de Kirk Douglas.
Francisco vivió durante veintitantos años en una habitación alquilada en la casa de un matrimonio en la Ciudad Vieja. «Ela queríame como a un fillo», añora. Pero murió la mujer, murió el marido. Y el hijo tenía otros planes.
«Mi vida no es tan divertida. Yo nunca jugué al fútbol», advierte Cristina al otro lado de la mesa. Niña de Pla y Cancela, «mocita en la plaza de Vigo», alumna de las Josefinas, padre militar, «educación muy estricta», solo cuando se marchó a estudiar a Santiago se sintió libre para decidir. Allí conoció a su expareja, biólogo, y juntos decidieron afincarse en Sada y crear un vivero. Nunca se casaron. Tuvieron un hijo y a los pocos años Cristina decidió separarse. Camarera de pisos, empleada de hostelería, administrativa en una empresa que la engañó y no pagó su Seguridad Social durante 10 años, siguió adelante, superó dos cánceres y enfrentó el «dolor inmenso» de dejar ir a su hijo. «Yo tenía la custodia. Nos fuimos fuera pero el padre le dijo que iba a estar mejor con él y lo convenció para que volviera. Es una persona con recursos que siempre le dio a su hijo todo lo que necesitaba, tengo que decirlo», afirma.
Compartir piso, el horror
De vuelta a Galicia tras los pasos de su niño, ahora jubilada y con una pensión no contributiva, Cristina vivió un tiempo sola hasta que se vio obligada a compartir piso. Lo recuerda con horror. «Nunca tuve problemas de convivencia. Simplemente, la gente no quiere alquilar una habitación ni vivir con una persona mayor. Yo pasé por tres casas. Todas me salieron fatal. Siempre tenía que irme. Si no venía el hijo del dueño, me subían muchísimo la renta o pasaba algo. Lo pasé mal, es humillante. Que no te acepten, que te rechacen por la edad y que te hagan pensar que vas a molestar es muy duro», comparte.
Con este desamparo llegaron Francisco y Cristina a la vivienda de Cáritas. «Hablé con la trabajadora social y tuve suerte. Ocho meses ya —recapitula la mujer—. Estoy feliz. No sé si estoy con una familia o con qué, pero siento que este es mi hogar. Tengo una habitación preciosa, agua caliente, personal educado, compañeros amables y solidarios; con unos me relaciono más y con otros menos, pero me siento protegida. La incertidumbre de ver cómo se te cierran cada vez más puertas por tu edad conlleva una carga emocional enorme», explica. Cristina es una lectora empedernida, habitual de la biblioteca municipal del barrio, practica yoga dos días a la semana, sale al teatro, queda con amigos, ve a su hermana, hace voluntariado en Cáritas para acompañar a mayores solos y celebra la vida, «relajada y muy, muy agradecida».
Francisco vive pletórico. «Isto é formidable. Mellor que o hotel Finisterre. A xente, sobre todo, e a xefa [señala a Beatriz Pereira, directora del programa de mayores de Cáritas]. Miran moito por nós, aínda que ás veces non me entenden as coñas», dispara entre risas. Los servicios sociales municipales intervinieron para que no quedara en la calle. «Fue un desahucio forzado», dice alguien que conoce el caso. «Aqueles días eu pensaba máis en irme de viaxe sen regreso que en outra cousa», confiesa con cara de susto. Le devuelven la alegría las clarisas de las Bárbaras y su Ciudad Vieja querida. «Os venres levántome ás seis, collo o 5, que me deixa no Abente, subo a tomar o café ao Chipirón e despois vou ver á miña amiga sor Teresita. As monxas quérenme todas. Na misa das oito, cando rezamos o Padrenuestro, elas calan e o cura tamén, para escoitarme dicilo a min», presume su voz de trueno.
Cáritas ayuda a 320 mayores solos y busca financiación para Visma
Cientos de personas mayores viven en A Coruña en habitaciones alquiladas en condiciones miserables por el rechazo de los propietarios a aceptar inquilinos con bajos ingresos o el rechazo de los propios compañeros a vivir con ancianos. Para socorrerlos, Cáritas cuenta con tres viviendas ocupadas por mayores vulnerables en Monte Alto, la Sagrada Familia y O Burgo y proyecta otra en San Pedro de Visma, para la que busca financiación. La institución cubre todas sus necesidades, desde la crema hidratante al tratamiento médico, la comida o la limpieza, y garantiza la plena autonomía de los residentes.
No es el único programa. A finales del 2018, la organización católica estrenó un plan para atender a mayores que viven solos en su domicilio, Acompáñote, que asiste en la actualidad a 321 personas en su día a día en A Coruña. «Sexa para acompañamentos a citas médicas, visitas, paseos, solución de trámites administrativos, ou simplemente a necesidade dunha voz amiga que a chame, e se interese por ela telefónicamente todas as semanas», explica Beatriz Pereira, directora del programa de mayores.